La historia de Doña Elvira
Diario de misión en un ranchito de las montañas altas de Veracruz.
Varias semanas de emoción y preparación para irnos de misiones, sin duda una experiencia que marcará mi vida, todavía no soy sacerdote, pero estoy preparándome, que bonito es vivir en el seminario y estar rodeado de personas maravillosas que tienen fe, aunque hace poco nos sentimos tristes porque se retiró un compañero, él decidió que Dios le quería feliz, pero no como sacerdote, le hicimos una misa de despedida, sin duda le vamos a extrañar. A todos nos causó tristeza que de un día al otro se retiraba, nos sacudió a todo el grupo, pero el Padre Salud nos tranquilizó: “No se pongan tristes, hemos ganado un amigo para siempre, a seguir preparándonos para las misiones”.
Y así fue, continuamos preparando las liturgias, los cantos, los juegos para los niños, la ropa que llevaríamos, todos estábamos muy contentos de ir, nos habíamos preparado por más de un año, y la fecha se acercaba, pero justo a mí me tocaba ir en el grupo de nuestro exseminarista, y estaba el corazón queda martajado, así es que me fui un ratito a la Casa del Señor, sabía que estaba en el Sagrario y quería platicarle cómo me sentía, me gusta mucho estar con él, allí solito, en los brazos de mi Padre Celestial. Y allí haciendo oración pude sentir una caricia de mi dulce Jesús: “Tranquilo, te tengo preparada una sorpresa”… Dicho y hecho, la sorpresa la recibí en misiones, déjame contarte.
Llegamos al rachito más encantador en el que había estado, se llama Ojo de Agua, para llegar fue una aventura pues estando en la ciudad, tomamos una camioneta de redilas que nos llevó junto a otros viajeros, el señor guajolote, un par de cabras y hasta unos conejitos, todos contentos; pero casi para llegar se ponchó la camioneta y el chofer muy sin novedad nos informó: “Voy a ir a la ciudad para que me reparen la llanta, váyanse a pie” y así fue, nos estaban esperando y no podíamos tardar, así que agarramos nuestras cosas y emprendimos la caminata, esa región es muy montañosa, así que apenas bajábamos un cerro subíamos otro, pero rezando el Rosario se nos hizo más rápido.
Por fin llegamos y me acuerdo que nos recibieron con el agua más fresca del mundo, o tal vez la sentimos tan sabrosa por el sol y la caminada, en fin estaba buena, y pues llegando y trabajando, nos pusimos de acuerdo con los del comité, de verdad personas entregadas a la misión y con mucho sentido pastoral, pues lo que más nos encargaron fue visitar a los enfermos. Los ministros extraordinarios de la Eucaristía nos llevarían personalmente, hicimos la lista, don Panchito a tal hora, doña Cenaida en la mañana, don Telésforo tal día, y casi a coro: “No deje de ir con Doña Elvira, casi no a visitan porque vive lejos”, les pregunté donde vivía y me explicaron: “Ve el cerro del coyote, es ese cerro grande como con orejas, pues es detrás de allí”, guay si quedaba lejos, así es que acordamos visitarla el último día.
Todos los días, al alba, rezábamos el Santo Rosario con la comunidad recorriendo el pueblo, todavía tengo presente que en aquel pueblo había tantos rosales silvestres que mientras caminábamos parecía que soltaban su fantástica fragancia para consentir a la Virgen María Peregrina que llevábamos en andas. Acabando desayunábamos en donde nos invitaban un pedazo de pan y me sorprendía porque muchas personas me decían: “No se le olvide ir con Doña Elvira…”
Muchos la apreciaban y me decían que la visitara, así es que empecé a preguntar por ella, era una señora de 84 años, me contaron que ayudó mucho a la iglesia y que le había tocado sufrir arto también, tenía dos hijas por las que dio todo, hasta vendió su casa para pagar los pasajes para que fueran a la universidad, luchó tanto por sus hijas que al final una se hizo maestra y la otra enfermera, pero ninguna la visitaba porque, como contaba la gente, se avergonzaban de ella, “Es más padre una tuvo un niño con síndrome de down y lo vino a abandonar con Doña Elvira”, otros me comentaron que estaba muy enferma de diabetes, pues hacía unos años le habían cortado una pierna y la mitad del pie que le quedaba y pues no podía caminar, pero no sólo eso, sino que para acabarla vivía, en un jacal prestado afuera del pueblo a donde los ministros le llevaban la Santa Comunión, comida y medicina, definitivamente una vida muy difícil.
Conforme pasaban los días me daba más curiosidad y honestamente también miedo, había visitado varios enfermos de esa comunidad y las personas mayores estaban muy abandonadas y muy empobrecidas, me impresionó mucho una abuelita cieguita, la tenía uno de sus nietos, y aunque se veía que la trataban bien ella se veía triste, y por más que le leía la Biblia y le hacía plática no pudé levantarle el ánimo; así que al pensar en Doña Elvira, abandonada por sus hijas, cuidando a un niño especial, viviendo en un jacalito que no era suyo y sin poder caminar porque no tenía una pierna y un pie… la verdad en mis oraciones le decía a mi Jesús: “Qué voy a hacer, qué le voy a decir, ¿y si en vez de ayudarla me pongo triste y la desanimo más?”
Por fin llegó el día, de camino para ver a Doña Elvira me acompañaban dos ministros y no sé por qué pero todos íbamos muy callados, me esperaba lo peor, y yo por dentro: “Hay mi Señor, qué le voy a decir, cómo hacer oración, cómo animarla, ¿cómo no llorar con ella?” por fin pasamos el cerro del coyote y empezamos a subir la colina para llegar al jacalito, tanto silencio que alcancé a escuchar cantar: “Desde el cielo una hermosa mañana, Desde el cielo una hermosa mañana”, hijole lo primero que pensé: “Alguien se nos adelantó” y conforme nos acercábamos se escuchaba más fuerte: “Suplicante, juntaba sus manos, Y eran mexicanos, y eran mexicanos”, pero o sorpresa, en aquella casa de tablas, con techo de lámina y con piso de tierra vimos que no había nadie más que Doña Elvira y su nieto con síndrome de down, amarrado al fogón… cuándo por fin entramos ella volteó a mirarnos: “Pásenle, solo acabo de hacer mi oración”, así es que nos acomodamos sobre unas pacas de alfalfa y nos pusimos a cantar: “Su llegada llenó de alegría, De luz y armonía, de luz y armonía…”
Ya desocupada nos dijo: “Perdónenme es que estaba dándole gracias a Dios que me regaló unos ojos muy buenos”, -nos quedamos en shock- aquella mujer que en su avanzada edad fue abandonada junto con su nietecito, que no tenía casa, que vivía de la caridad, que no podía caminar, que estaba enferma de diabetes, increíblemente contenta estaba cantándole a la Virgen y dando gracias a Dios porque podía ver muy bien, me quedé sin palabras, aquella mujer que tiene todo para estar triste, para reclamar, para lamentarse o estar enojada, ¡se encontraba dándole gracias a Dios y cantando! No pude más que derramar lágrimas de alegría y darle un abrazo a Doña Elvira: “Gracias madrecita, gracias madrecita…” ella me miró y rompió el silencio: “Padrecito a usted lo que te falta es comer”, nos puso a reír a todos, y arrastrándose a su fogón nos calentó maíz con quelites, todavía recuerdo el sabor de esa sencilla pero nutritiva comida, que no solo alimenta el cuerpo, sino también el alma.
¡Qué hermoso! de vuelta a la capilla veníamos otra vez todos callados, pero esta vez no de incertidumbre, sino asombrados por lo que habíamos visto, la mujer más agradecida, más feliz, con más fe… que nos demostró a todos, especialmente a mí, que aveces soy doy quejumbrón, que para sonreír y estar agradecido solo hace falta ponernos en las manos de Dios y de Mamita María..
Y aquella noche, en mi Hora Santa, me acordé que venía triste por mi compañero que decidió retirarse del seminario, pero también de que mi Jesús me había dicho que algo bonito pasaría y muy sonriente le di las gracias: “Qué increíble Señor, que bonita sorpresa, que gran lección, te amo…”
Después de aquellas misiones me quedó claro que cuando visitamos enfermos no siempre ganan solo ellos, sino muchas veces también nosotros que recibimos clases magistrales de la fe y de la vida.
Padre Sergio.